Por Rodrigo Gris Castro, laico Marista

Participar en las nuevas comunidades LaValla200> fue una gran experiencia llena de aprendizajes y desafíos. Hacemos realidad la «disponibilidad global», respondiendo con audacia a las necesidades emergentes, creando comunidades interculturales que atiendan a los jóvenes en los márgenes de la vida. Al participar en el programa de nuevas comunidades, con mi esposa Argelia Hernández, fuimos cómplices del Espíritu, alzamos la mano para algo nuevo, emocionante. Esta es nuestra manera de entender la llamada de la «Anunciación», de responder a la invitación diaria de «Ser Marista»

«No hay futuro viable para las órdenes religiosas internacionales a menos que emprendan seriamente la transición de lo internacional a lo intercultural.» 

Anthony Gittins

Cada uno de los participantes en el programa recibió la invitación de diferentes maneras: por medio de un discernimiento, caminando con la incertidumbre, pero de alguna manera con la capacidad de responder y cumplir la misión. La gente nos decía que es de valientes y generosos dejar las comodidades del entorno familiar, la propia cultura, la lengua y la familia para vivir y trabajar en una tierra extranjera, quizá lo sea, pero, con los ojos de la fe, el camino que tenemos ante nosotros es una oportunidad dada por Dios, no sólo para servir de forma vivificante, sino también para recibir mucho, compartiendo la experiencia de ser parte de una gran familia marista.

En el año 2016, iniciamos nuestra formación para el programa LaValla200> y durante 4 años nuestra comunidad ubicada en la periferia de Sydney, Australia, trabajábamos de cerca con la Diócesis para resolver el problema de los jóvenes que por varias situaciones abandonaron la escuela, participando en reuniones con los directivos del sistema educativo para encontrar soluciones a la urgente situación de los jóvenes. También trabajamos de cerca con la parroquia local, con los Jesuitas, a través de actividades de la parroquia, compartiendo y celebrando con el espíritu de familia.

Gracias al acompañamiento del Hno. Lawrie, comprendimos que era necesaria una formación al llegar a Oceanía, una cultura diferente, nos encontrábamos lejos de casa, tuvimos que aprender mucho y adaptarnos. El idioma fue un reto siempre presente. El aprendizaje del inglés y del español fue prioritario para nosotros, aunque el inglés australiano se convirtió en el idioma principal utilizado en la comunidad y, por necesidad, en nuestro ministerio. El idioma, aunque está íntimamente relacionado con la cultura, no era más que la punta del iceberg mientras aprendíamos muchas diferencias entre nosotros.

Confrontar el machismo en algunas de las comunidades. Las preferencias de los alimentos, la comprensión del tiempo, las relaciones familiares, la gestión del estrés, el duelo y el luto, la superación de diversas enfermedades, las conexiones con personas ajenas a la comunidad, la espiritualidad y las formas de oración, la comprensión del funcionamiento de la comunicación, las actitudes ante el dinero, las adaptaciones a la cultura, la gestión de los conflictos y una serie de emociones fueron sólo algunas de las diferencias que observamos y tuvimos que aprender unos de otros.

También tuvimos que comprender la singular dinámica comunitaria que supone convivir con personas de diferente edad, género y estado civil. Para nosotros era importante no sólo tolerar y aceptar las diferencias, sino comprenderlas profundamente y, en última instancia, celebrarlas.

El hermano Emili en su carta “El futuro tiene corazón de tienda”, dirigida a todos los Maristas de Champagnat escribía: «¿Te atreverías, como Champagnat, a asumir el riesgo de un nuevo comienzo?”  Vale la pena vivir en comunidad. Celebremos un nuevo comienzo, celebremos ser laicos y hermanos Maristas con una disponibilidad global.  ¿Qué harías si no tuvieras miedo?

«La invitación a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder, la misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo», Papa Francisco.

Vivamos un nuevo comienzo Marista, con la alegría del evangelio. Tengamos esa disponibilidad global, vale la pena salir al encuentro, salir de nuestra zona de confort, sin miedo a lo diferente. Muchas veces el Papa Francisco nos recuerda que la Iglesia no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo.